Primorosamente tejidos estaban los conejos en la exposición del día. Con sus zanahorias, de lana también, por si alguno tenía hambre.
Mamá coneja custodiaba desde lo alto. Las niñas no paraban de tocarle las orejas. Los niños no dejaban de tocar su zanahoria.
A mediodía el enjambre de gente fue mermando, el calor hizo que la exposición tuviera unos momentos de sosiego. Y los conejos salieron primero en puntas de pie como bailarinas, después a los saltitos como canguros y cuando se acercaron al final de la calle, corrieron como conejos.
Los salimos a buscar con los perros de lana, después con los de verdad y después, sin perros. Revisamos los parques y las plazas, las escuelas, los jardines de infante, los teatros, miramos por debajo de las baldosas flojas. También buscamos por encima de los techos y en las chimeneas. Atrás de una nube casi azul y adentro del arroyo. Nada… los conejos de lana se habían evaporado!
Pasaron los días y las semanas, perdimos las esperanzas. Al mes volvimos a la exposición sin noticias de los conejos. Vimos demasiados niños y niñas en un puesto de verduras.
Claro, cómo no nos dimos cuenta, los conejos andaban vendiendo zanahorias y verduras a granel. Quién se resiste a comprar zanahorias o verduras en un puesto de venta de conejos de lana?