El muerto

Un tipo especial sería el muerto.

Apareció de la nada en nuestro pueblito y se paseó orondo por la calle principal, mirando la nada que había para ver. Ostentaba un paso vacilante y ropas equívocas para nuestra estrecha frontera. Cerca de medio día cayó muerto en la plaza.

Hicimos deducciones antes de acercarnos. Después vimos el hilo de sangre que oscilaba y se perdía desde su pecho. Nos fuimos arrimando con esa curiosidad malsana.
Lo mataron. Esa noticia sería un plato de primera clase para nuestra monotonía cotidiana. Vino el comisario en persona. Pidió cosas inexistentes: un forense,  un equipo de investigación y análisis. En fin, nos reímos el día entero del ataque técnico de un comisario que estaba, seguramente, viendo mucha televisión.
Cuando ya nos habíamos olvidado del muerto anónimo que nos dió vida con su muerte, apareció aquella mujer vestida de negro y de lentes oscuros. Una mujer de paso lento y seguro. Preguntó por un hombre aquí y allá. Entró y salió de la comisaría y de la iglesia. La viuda, pensamos. Deducciones a granel nos brotarían. Estábamos tan seguros que tenía que ver con nuestro muerto…
Al atardecer había desaparecido. No dejó rastros. Ni el comisario ni el cura dicen haberla visto. Estuvo y preguntó pero nadie la recuerda. Volvimos lentos al aburrimiento de siempre. El muerto, congelado en la morgue, se aburre con nosotros.

Al asesino nunca lo buscamos