Relato montañoso

Las montañas no van ni irán ni fueron con nadie jamás. Ni con Mahoma ni con Buda ni con Jesús.

Las montañas, falla geológica de quién sabe cuándo no sólo no van sino que por el contrario, cierran.

Me vine a vivir en este pueblo cuando era pequeña porque mi madre venía a trabajar y como padre ausente tuve siempre, no pude negarme. Vine enojada, obligada y odiando a mi madre como sólo una niña de ocho años puede hacerlo. Traía en mi retina la casa pequeña pero llena de la inmensidad del mar, la de mis abuelos.

Me sentí presa por este paisaje desde entonces y hasta hoy, cuarenta años después, por diferentes motivos. Primero porque deseaba volver a ver el infinito del agua y después porque me di cuenta que no podía salir de aquí.

Es increíble como las montañas cuando se lo proponen van hacia tus propios límites. Es decir no se mueven, son estáticas pero son un limite fuerte, una coraza, una cárcel que te limita. Una vez que vives aquí es muy difícil salir.

Después de odiar a mi madre, comencé a tolerarla y sólo renacía cuando en verano me permitía pasar un mes con los abuelos. Ahí recuperaba la permanente insania de un horizonte infinito y en movimiento constante.

Pero un verano noté que el mar ya no me llenaba, que la pureza de su azul ya no era lo mío y que necesitaba un muro para reprimir mis ansias.

Las montañas me llamaban y mis veranos ya no fueron de mar, se llenaron de mis límites. Esos picos eternos, las noches gélidas, el paisaje abruptamente cortado sobre el azul, fueron y son, mi retiro del otro lado del mundo.

Afuera el viento es brisa, llueve a cántaros y hace calor. Acá la vida es esto: mirar montañas y recuperar su agua sólo en verano, juntar la leña para el frío y saber que el calor, es casi un sueño.

Acá el frío es tremendo, el viento castiga, casi no llueve y hasta el hielo se aprovecha. Acá no hay cielo infinito ni noches cálidas, acá la vida es más dura y despiadada.

Pero no puedo dejar este paisaje que me contiene. Cada día miro el cordón montañoso que nos rodea adivinando algún pequeño cambio en sus dibujos. He encontrado formas increíbles y también pequeños cambios insignificantes. Las rocas son durísimas y aún así, en el deshielo, el agua las modifica.

Más allá la vida fluye… acá, las montañas ponen un muro y modifican tu ego hasta el día de tu muerte.