Torrente

El río enloqueció de nuevo, se trepa, se expande, se adueña del paisaje. Todo el cielo se mete en él, toda la ciudad será devorada por él.

Este viejo torrente otrora cantarín y caudaloso, de cascadas intensas y aguas transparentes, se ha cansado de nosotros y de nuestras plagas, de nuestras basuras y de nuestra indiferencia.

Entonces se ha vuelto amarronado, así lo dejamos, se le fue su arena dorada, se la robamos, se le quitó lo bueno y le vino la malura de un río caudaloso. Cada tanto, cada vez más, nos borra el paisaje, se mete en las calles, destroza todo lo que puede y se queda estancado, sucio y maloliente hasta que se le antoja.

A mí me encanta caminar a su lado, su torrente vital me compone las ansias. Hoy, por primera vez deduje que de seguir viva veinte años más, este río será tal vez un mar de aguas inmundas o quizá, ni siquiera exista.

Pero prefiero seguir caminando con la ilusión que esta tecnología y estas generaciones que las manejan, recompongan el paisaje y mis tataranietos, vuelvan a gozarlo como yo de pequeña.