Una no puede decir que no al elogio y al mimo, al ego bendecido y la supervivencia ganada… quién no ha soñado con premios? Y cuando el oficio de escribir te otorga la difusa locura de competir por un premio, medalla o mención literaria, la irresistible tentación de participar harán el resto.
No tendría, por filosofía y ética del arte de escribir, nada que ver con lo pretencioso de un premio, sin embargo, es la máxima aspiración de casi todo escribiente y las aristas comerciales y perversas se mezclan con el arte literario como en una orgía nefasta.
El jurado espera leer lo que se supone se debe de escribir. El jurado es subjetivo objetivo, en ese orden porque la literatura conmueve y el jurado no es inmune. El jurado llega a ser jurado por su propia formación literaria y tal vez alguno de ellos, por su rebeldía literaria.
No quiero hablar de quién juzga el arte, ejemplos sobran a lo largo de la historia del rol que han tenido estos jueces. En general siempre del lado posible: el poder comercial, religioso, político o social del momento. Pero quién soy yo, humilde pretenciosa escritora de a ratos, para juzgar a quienes han hecho de las obras de arte objetos de culto, objetos de poder económico o político?
Algunas obras se han salvado y fue el público el gran juez, aunque eso tampoco garantiza que el libro sea el mejor. Las masas también son corruptas a modas, estilos, momentos o temas. Cuántos libros murieron en el anonimato de los premios y los jueces y los lectores? Jamás sabremos el número y siempre, esto es lo mejor, se podrá descubrir uno.
Ningún premio literario puede garantizar la absoluta belleza de una obra. De una u otra forma se estará premiando lo que debe de ser. Lo que se espera, lo que se predice bueno para, bello para y otros para…
Entonces a qué esperar un premio? El Ego lo pide, la sociedad te pregunta y tu ser lo ansía?
Tranquilízate, ni el mejor de los premios, ni el más costoso, puede garantizarte la inmortalidad…