El arroyo era pequeño, apenas se insinuaba pero para nosotras, era el límite. Los límites siempre tienen algo de misterio y por eso seguramente queríamos pasarlo.
Los misterios casi siempre dan miedo y si hay que escapar, doble miedo. Era nuestro caso.
Un día entró en el arroyo la pequeña y dijo que era demasiado frío, que imposible…Al otro día fue la madre y apenas se mojó los pies, aseguró que era fangoso, qué asco…Mi hermana dijo que ella en esa agua turbia no pasaría y yo mentí, dije que había visto víboras.
Así fue creciendo el miedo y el misterio. Y nos parábamos horas mirando y preguntándonos qué habría del otro lado. Nadie había ido nunca, ni se veía nada…
Fue un día cualquiera que alguien propuso, entremos todas juntas. Y fue así que lo cruzamos. Avanzamos temerosas y después nos reíamos de los nervios. Pie con pie, mano con mano.
Cuando terminamos de cruzarlo no lo podíamos creer. Estábamos al fin del otro lado…
Aquí estamos, del otro lado, pensando si regresamos o nos metemos en la espesura del monte, otro misterio, otro miedo, por ver vivir correr….