Digamos que ese pequeño y desbaratado puente había significado mucho en la vida de los abuelos.
Gente de chacras, peón él y cocinera ella, se habían ennoviado jóvenes y sus primeras citas fueron en ese puente. Por aquellos días todavía era de madera. Después lograron casarse porque el abuelo heredó una pequeña parcela de tierra y un par de vacas lecheras. La abuela cambió su oficio, lavó ropa blanca para las señoras de la ciudad que reclamaban lavado planchado y almidonado » como Dios manda».
Los hijos les fueron naciendo, cuatro en total y los domingos pasaban las tardes en el puente porque la pesca, fue el único entretenimiento que se permitió el abuelo y lo compartían en familia.
Quién sabe qué esfuerzos hicieron pero lograron que sus hijos estudiaran. Incluso los dos menores tuvieron buenos oficios. Todos grandes y trabajadores, decían los abuelos con orgullo. Y se casaron todos » como Dios manda», por suerte, suspiraba la abuela mientras se hacía tiempo para cuidar y acunar los nietos. Fueron nueve en total.
En el puentecito los nietos y nietas aprendieron a pescar con el abuelo y con la abuela, a comer tortas fritas. Y siguieron siendo domingos de puente y familia.
El puente ha cambiado, la vida también. Se han puesto viejos, algo sordos, tienen problemas de salud. Los hijos y nueras trabajan mucho para pagar el todo que tienen y los nietos estudian o trabajan. Empecinados en seguir en la pequeña parcela, la vieja casita y cerca del puente, quién podría cuidarlos? Imposible!
Ayer se tiraron juntos. Hoy encontraron los cuerpos. Ella de vestido blanco y él, de traje. Estallaron los titulares que hablan de demencia senil…
A mí, que supe ser cercana, me parece que prefirieron salir los dos juntos al encuentro de la muerte, desde el mismo lugar donde les nació el amor… De otra forma, hubieran tenido que esperarla y quién sabe dónde…no aceptaron la condición «como Dios manda».