7 brujas 7

7 brujas 7

Mi madre te hacía comprender que no importaba el trabajo que una mujer hiciera, había que tomarse un tiempo para cuidar la piel. Mi madre, bruja mayor de la cofradía, tenía manos hermosas y estaba siempre agitándolas, hasta dormida. Espantaba así, en los sueños, los maleficios o atraía los espíritus benévolos.

La segunda hermana , la mayor de mis tías, era muy trabajadora, inagotable día y noche, noche y día. Te recordaba que cuando de trabajo se trata, el esfuerzo debe de ser «dar lo mejor». Sus lociones para ahuyentar dolores de todo tipo eran infalibles.

Mi otra tía, la tercera bruja, nació con una cabellera gris de plata pura, era artista de la tijera y la aguja, cualquier trozo de tela se transformaba en algo sumamente elegante cuando pasaba por su caldero.

La cuarta tía bruja, tenía el don de los secretos. Sobre su espalda delgada pero firme pendían todos los secretos ancestrales de la familia, buenos y malos. Era la guardiana y sólo los daría a conocer de haber peligro inminente de vida o de alma, que es casi lo mismo.

La quinta bruja tía era romántica por excelencia. Podía curar amores contrariados, amores emperrados o terminar los amores desgraciados. Hizo y deshizo parejas a diestra y siniestra. Celestina por naturaleza propia pasaba el día leyendo novelas o cantando con voz de flauta canciones románticas.

La sexta tía bruja era madre de siete pequeñas brujas que nacieron de una sola vez y le robaron los poderes pero conservó el don de amamantar hasta casi sus ochenta años. Su leche alimentó generaciones de brujas.

La séptima fue la única bruja famosa, curaba empachos, mal de ojos, hacía conjuros para amores o desamores. Cobraba carísimo su tarot infalible o sus predicciones numéricas.

Las siete podían hablar con los muertos, con los animales o las plantas.

Decidí heredar un poquito de cada una y fue así como me fue legado el don de contar y escribir historias.