Un poco más allá de la casa

En la Escuela estaba feliz y tuve buenas notas. Volvía con papá a las cinco y no me quedaba mucho más que jugar adentro. Hacía frío, aún era invierno. Mi madre le tenia más miedo al frío que a cualquier otra cosa.

Y también tenía fines de semana y algún día feriado. El piso de arriba se iba organizando con mis juguetes pero… yo todavía no tenía ganas de quedarme sola ahí.

Enfrente a la escalera que iba a la planta alta, papá tenía una oficina con una gran caja fuerte y al lado, en otro cuarto pequeño mamá organizó habitación de planchado y costura. Totalmente aburridos para mí. Así que decidí atravesar el enorme patio y arriesgarme a ver un poco la carpintería.

El señor canoso tenía dos ojos azules que parecían piedras, era muy alto y delgado. Me arrimé con timidez y le sonreí un poco. Me sonrió con ternura y dejó de lado un cajón que armaba, tomó un trozo de madera, me hizo señas para que esperara y mientras yo incursionaba mirando todo, me hizo un pequeño caballo ( perro?) y me lo tendió con otra sonrisa. Me dijo algo que no entendí, yo le di las gracias y corrí a la cocina a mostrarle a mi madre.

– Eso te hizo Don Tomas? – preguntó y ante mi asentamiento, se puso a hablar con mi hermana del carpintero.

– No entendí lo que me dijo- dije queriendo seguir con la atención.

– Es yugoeslavo, me explicó mi hermana, vino con la guerra… está solo pobre hombre.

No tenía ni idea de qué era ser yugoslavo y por suerte, desconocía totalmente lo que era esa Guerra de la que hablaban. Pero ese día en la cocina me enteré que en su país había perdido a su familia y que tenía una sobrina en Argentina pero no la había encontrado.

– Pobre hombre, suspiró mamá, se ve que es una buena persona.

– Y porqué sigue comiendo acá? En la cocina?, mi hermana preguntaba.

– Porque le gusta comer temprano y acostarse una hora, tu padre siempre llega tarde.

– Me gustaría que comiera con nosotros- mi hermana que era siempre tan insistente, seguía.

– Tal vez lo invitemos un día libre pero… me parece que tiene que hacerlo tu padre, es otro empleado a cargo que tiene.

– Creo que habría que ayudarlo a buscar a su sobrina… te parece mami?, mi hermana persistía.

Se quedaron hablando y yo volví a la carpintería abrazando a mi caballito y con mi gata detrás mío. No hablamos mucho. Me senté y comencé a jugar con trozos de madera y con el caballo y la gata. Él sólo nos miraba y sonreía. Parecía mi abuelo.

Estaba tan entretenida que escuché la señal tipo campana que decía que era hora de almorzar. Don Tomás se quitó su largo delantal y me llamó con la mano. Fuimos juntos a la cocina donde mamá le sirvió abundante comida y él se lavó las manos en la pileta. Se sentó a comer y yo, al lado.

Mamá me llamó varias veces y yo, nada. Lo miraba embobada, él comía despacio y me sonreía. Yo quería saber cómo hablaba, qué quería decir ser yugoeslavo y que Guerra era esa tan Grande, quería saber quién se le había muerto, si tuvo hijos… yo quería saber la historia.

Está de más decir que ese día no me dejaron. Pero con el tiempo lo llamé abuelo Tomás, comió muchas veces con nosotros y aprendí a escucharlo para entender un español con acento extranjero.

Esa noche mi hermana estaba leyendo algo en voz alta pero yo no podía dormirme… es cierto que se le murió toda la familia?, Sí, eso me dijo. Y es cierto que estuvo en esa Guerra tan Grande???? Sí, es cierto y se salvó porque lo hirieron y le dieron de baja. Lo hirieron? dónde? Cómo? Contame… Ay nenita! Qué pesada! Ya te voy a ir contando, vas a ver qué encontramos a la sobrina y le damos una alegría tremenda! Sí, vos la buscas, y la traemos y… viste que parece un abuelo? Siiii, parece un abuelo… te podés dormir? Le puedo decir abuelo Tomás?…( mi hermana me miró con sus enormes ojos claros, me arropó, me besó y sonreía) Ahora dormite, eso pregúntale a mamá…

– Yo le voy a decir abuelo Tomás- declaré antes de dormirme y di nacimiento al primer abuelo no itálico, tuve mi primer abuelo yugoslavo.

De verdad era una larga y triste historia la del abuelo Tomás y pasó de ser el carpintero a uno más de la familia. Y si había una persona que pudiera encontrar a su sobrina, esa era mi hermana. Capaz de escribir cientos de cartas, miles de avisos en todo tipo de prensa para dar con su paradero. La sobrina se llamaba Clara, la encontró y la trajo. Pero eso fue mucho tiempo después que yo lo declarara mi abuelo.

Descubriendo la casona

Me comenzó a ir bien en la Escuela, iba contenta cada día. Pero regresaba a esa casa enorme para mí, aún no incursionaba más allá de los pinos que la rodeaban.

Por suerte tenía mi hermana mayor y mi hermano, era bastante solitaria mi vida en la casona del Sur.

Hasta que mi hermana decidió que teníamos que explorar la planta alta que, en aquellos tiempos, tenía una escalera por afuera.

– Vayan, autorizó mi madre, pero no entren en el dormitorio del carpintero.

Aún no me había arrimado a aquel hombre alto, delgado y canoso que, según mi hermana había llegado de la guerra y estaba solo en el mundo. Pero yo aún conservaba cierta distancia.

Así que fuimos a la planta alta: a descubrirla. En realidad eran unas cuantas habitaciones con ventanas más pequeñas que las de abajo.

– Acá podríamos armar tu habitación de jugar… y tu biblioteca- dijo mi hermana en la habitación de la esquina que tenía tres pequeñas camas, una ventana con mosquitero y una más grande desde donde se podía ver casi toda la chacra.

Tener ese rincón ahí arriba con juguetes y libros me dio un poco de miedo. Hasta que la casa se amigó conmigo y esa habitación fue mi palacio particular. Ahí jugué, leí, hablé sola por horas en las vacaciones de verano.

Lo más extraño de la planta alta era que apenas se entraba por la puerta principal, había a cada lado dos puertas como para enanos. Mi hermana tuvo que entrar agachada y luego se sentó a mirar: mi hermana había encontrado un tesoro.

Qué infinitos objetos desconocidos y bellos había. Eran bellos? No sé pero el entusiasmo por lo viejo, antiguo, pero nuevo a nuestros ojos… fue increíble.

Copas, botellas de todas formas y colores, cajones bellísimos que guardaban monedas muy viejas. Platos y fuentes de loza muy antigua. Bordados, tapices, algunas mesas pequeñas y casas de muñecas. En esas dos pequeñas habitaciones había generaciones de objetos, heredados o desterrados, que eran una maravilla. Empezamos a clasificar y a mirar, limpiar y ordenar cuando llegó mamá:

– De aquí no se toca nada, eh? No puede salir nada de acá.

Qué desilusión! Tener un tesoro y ni siquiera poder mostrarlo. Creo que de todos modos mi hermana logró esconderse una botella primorosa y extraña, que se llevó a nuestra habitación. Recuerdo que por años la historia de el genio de Aladino, me la imaginaba saliendo de esa botella y no de la famosa lámpara.

Además de ese tesoro estaba la habitación del carpintero y varias vacías. Mi habitación de juegos tenía camas.

– Vamos a ir trayendo tus juguetes- dijo mi hermana y me sentí que era más grande, pero me dió tanta pena dejarlos tan lejos.

La planta alta de la casona me conquistó en aquel primer verano que fue eterno y solitario.

Contar para vivir

Me he preguntado desde hace unos días, desde que fuimos al Sur y buscamos Cinco Saltos, para qué contar la historia? De verdad vas a hacerlo?

Porque con conciencia plena fui feliz por primera vez y lo recuerdo?

A quién le puede interesar la primera vez que una niña se quiebra un hueso?

La primera vez que sube a un escenario escolar?

La primera vez que estuvo a punto de abrir sola una caja fuerte?

La primera vez que tuvo un abuelo que no era italiano?

La primera vez que pudo tener un hermano menor?

La primera vez que vio a su hermana mayor besar a un joven?

La primera vez que se sintió “ mujer trabajadora”?

La primera vez que acompañó a su papá a ver fútbol?

La primera vez que vio a sus padres bailar noche tras noche y ganar un concurso de tango?

La primera vez que su padre no tuvo que viajar por mucho tiempo y durmió siempre en casa?

Hubo muchas primeras veces en Cinco Saltos y es lógico: mi vida estaba comenzando.

Pero habrá a quién le interese como fue feliz esta niña y su familia en el lejano Sur y en el pequeño pueblo?

No sé, sólo sé que tengo que intentar contarme y contar, cómo fue la historia para que después de sesenta y tres años, haya vuelto al lugar.

Para contarme y narrar qué hubo en mi viaje dé tiempo y espacio. Necesito esta historia.

La Escuela N• 39

La Escuela por suerte tenía lugar para mí sólo en la tarde. Me llevó papá en la camioneta y tuve que ir en la falda de mi madre porque mi hermana también quiso ir.

Cuando entré en la Escuela el pánico se me fue un poco, no sé porqué, sé que la Directora me pareció simpática y dejó que mamá y hermana me llevaran hasta el aula. Una especie de esperanza anidó en mis cinco años, el horror de la primera Escuela, comenzó a desdibujarse un poco.

En el último salón un grupo de alumnos hacían fila. Allí conocí a la maestra unos minutos después. Habló un momento con mi madre, me miró, sonrió y me tomó de la mano. Me llevó con ella al frente, hizo pasar al grupo y pidió silencio para presentarme. Así comenzó mi primer amor por una maestra y por una Escuela. En una semana ya ni recordaba la anterior: fue lo mejor que me sucedió.

No sé porqué mal rendimiento de una memoria contradictoria no recuerdo su nombre. Ella fue un ángel en mi vida escolar, realmente era adorable y aprendí muchísimo… porqué recuerdo perfectamente el nombre de la otra maestra y no de esta? Increíble lo que hace la memoria. Se defiende? No sé, pero no recuerdo su nombre.

Lo que fui descubriendo en el patio y en él aula es que muchos compañeros y compañeras eran muy morochos, rasgos aborígenes que realmente eran novedosos para mí. Eran todos bastante callados, hasta las niñas… y yo qué era tan charlatana.

Me podría haber acostumbrado fácilmente a esas facciones y ese silencio si mi madre no me hubiera recomendado tantas veces: no te juntes con ellos. Y aunque mi hermana en voz baja me aconsejaba: no le hagas caso! Júntate con todos!, creo que seguí el consejo de mamá. No quiero ni contarles lo arrepentida que estoy. Hubiera recordado nombres de niñas o niños y los hubiera buscado. La obediencia en este caso limitó también mi posibilidad de tener amigas y amigos que pertenecían a otra cultura, hubiera aprendido mucho…

En el patio me era muy difícil jugar e integrarme, en el aula siempre me destacaba. Era muy rubia, me traían en camioneta, vivía en una casona y una chacra que parecían nuestra… sin dudas me odiaron un poco y me envidiaron otro poco. Esa es la única pena que me traje, pero la Escuela y sus docentes fueron un amor extra que también sentí por primera vez en mi vida.

La Escuela 39 de Cinco Saltos, mis primeras palabras, primera poesía, primeras cuentas y primer acto de fin de año… pero eso último fue muy especial y merece un capítulo aparte.

Lo que sentí hace pocos días cuando la encontré también merece capítulo aparte.

El viaje a Cinco Saltos

Cuándo fue exactamente qué comencé a soñar que regresaba? Que recorría la Escuela y entraba a La Esmeralda? Cómo puede ser que atesorara en la memoria tantos detalles?

Durante los veranos que acompañamos a papá hasta Cipolletti o Villa Regina, no quiso llevarnos. Digo no quiso porque le pedíamos con mamá para volver y ver si la chacra seguía y él, se hacía el desinteresado y nos llevaba a otro lado… Será que a papá lo golpeó fuertemente irse? Tanto o más que a nosotras?

Hubo un momento en mi vida, no puedo precisar ese instante donde volver comenzó a ser un sueño, una meta a cumplir. Tal vez porque perdí a papá a los quince años y no volví más al Sur.. pero no, no fue ahí. Ni cuando mi hermano fue internado reiteradas veces por su esquizofrenia. Ni cuando mi hermana se alejó. Ni siquiera cuando perdí a mamá. Mi madre murió con sesenta y ocho años, es la edad con la que volví. Creo que cuando murió mi hermana… comencé a evocarla en ese lugar.

Comenzó hace unos años y me dormía soñando paisajes del lugar y recordaba mi disfraz de hada madrina en el primer acto escolar. Comenzó cuando escribiendo evoqué la casa para pensar sus personajes.

Hace cinco años pienso en volver. A diario, por las noches, escribiendo, buscando noticias del lugar por Internet.

Al regresar, al cumplir mi sueño, al encontrar la Escuela, el Club, la Chacra y las calles del pueblo hice una regresión en tiempo y espacio.

Nunca podré narrar la emoción que me embargó ni tampoco contar, pues parece ridículo, que tuve cinco años de nuevo. Que por unos minutos sentí que mi familia estaba conmigo, que la felicidad y la emoción me ganaron por completo.

Recordé entonces que la gente era simpática y agradable y que hoy, siguen igual.

Fue un viaje intenso… pero quiero seguir con la historia.

Chacra La Esmeralda

Durante los días posteriores fue un ir y venir, acomodar la casa, papá reconociendo el lugar y yo el mío. Íbamos a compartir habitación y cama con mi hermana. El dormitorio nuestro tenía una cama grande de dos plazas. Me pareció lo más lindo del mundo. Dormir con mi hermana significaba lectura hasta tarde, mientras ella leía yo entraba al mundo de los sueños en medio de romances o grandes conflictos, según la novela de turno.

– Y por qué se llama La Esmeralda?- pregunté frente a mi café con leche en uno de mis primeros desayunos.

– Porque es preciosa como la esmeralda, la piedra preciosa- respondió mi hermana sonriendo feliz.

– Qué es una piedra preciosa?, interrogué

– Una que además de ser hermosa, tiene mucho valor, es carísima – mi hermana seguía explicándome.

Me fui a dar una vuelta por al rededor de la casa, era enorme, ( era preciosa? no lo sabía) después miré de lejos la carpintería y vi un hombre alto de pelo canoso sumergido en maderas, trabajando. Vi la escalera que llevaba a la planta alta y recordé que mi madre me había dicho: no subas sola.

Me quedé en el patio y vi venir con cara amistosa una gata negra con las cuatro patas blancas. Nos hicimos amigas casi de inmediato, nunca había tenido una mascota propia.

– Es la gata de la casa- me dijo papá sonriendo- se llama Patas Blancas.

– No, se llama Minka y desde hoy es mía- dije con firmeza. Y ante la risa general rebautízamos la gata y quedó a mi cuidado. Mi mamá le hizo con un cajón y almohadones un lugar en el lavadero. Minka fue una gata feliz porque las dos hicimos muchas cosas juntas y fue mi primera amiga de cuatro patas.

Mi vida en la casa comenzó con tantas novedades que mi ingreso a la escuela se demoró un poco. Interiormente yo deseaba que de esa parte, se olvidaran.

Mientras todos se acomodaban yo descubrí que los pinos que rodeaban la casa y los álamos que protegían las plantaciones, transformaban el sonido del viento. Así que dejé de temer su sonido en las noches.

Descubrí que nos rodeaban los árboles frutales por todos lados y, lo más interesante y divertido: las acequias. Canales profundos que rodeaban cada hectárea de árboles y que era un sistema de riego. Aveces tenían agua, aveces se derramaban de tanta. Mi papá daba la orden de abrir o cerrar las compuertas para regar. Eso me hacía pensar que papá era una especie de brujo indígena como los libros que me leía mi hermano. Era el dueño de toda el agua.

A las doce del mediodía había que dar el sonido para que los trabajadores fueran a comer ( a comer adónde?)… y a la hora, de nuevo , para que volvieran a trabajar ( a trabajar adónde?). Mi madre era la encargada de ese sonido. Una gran viga colgaba de la pared de una especie de galpón aledaño y lo golpeaba con un fierro enorme. El sonido se escuchaba en cientos de hectáreas a la redonda.

– Mañana vamos al pueblo- anunció mi papá cierta tarde.

– Sí, temprano- respondió mamá y me miró con decisión- hay que comprar todo para la escuela, empezas el lunes.

Me levanté sin decir nada, me fui al lavadero y a pesar del frío, lloré abrazada a mi gata, la triste y desgarrante noticia.

Cinco Saltos en mi destino

Cómo sucedió que aquel lejano año de 1959, apareciera papá con la noticia de que le habían ofrecido un puesto como administrador de una chacra con 200 ha. de frutales, con una casa muy linda para vivir y una camioneta, sumado a un sueldo importante. Y que mamá aceptara, será siempre una duda porque yo era muy pequeña y no entendía de cosas de adultos.

Que mi madre aceptara era sorprendente porque mamá acompañaba a papá sólo en verano. Siempre extrañaba mucho su familia en el Norte y quería regresar. Pero tal vez ese cruel accidente de carretera donde mi abuelo, su papá, perdió la vida y mi abuela quedó con una pierna mucho más corta que otra, la decidieron para olvidar un poco el dolor. O tal vez mi padre fue más convincente que nunca.

Por mi parte salté de alegría: me iban a cambiar de escuela. Cursaba 1ero Inferior, una especie de Jardinera o Nivel 5, y odiaba mi maestra y la Escuela, pero no lo decía. Atragantada de llanto regresaba a mi casa cada día. No decía nada porque cuando mi madre me llevó el primer día, con mi única hermana mayor que era como mi segunda madre, llenas de felicidad me anunciaron: “ Te tocó de maestra Anita Oclander( pudo ser Oklander), es la mejor maestra y es “amorosa”.

Así que entré confiada y animada mi primer día. Fue el único. La maestra era un monstruo: una gran joroba destacaba en su espalda y una cara enjuta con grandes gafas le daban un aspecto de terror. Lo juro, temblaba de sólo verla. Pudo cambiar mi sentir si su ternura hubiera tenido un lugar para mis cinco años pero me gritaba mucho. Me reprendía todo el tiempo porque me costaba la caligrafía pero podía leer un montón de palabras que según ella, leía mal. No pude tener un instante feliz, me escapé varias veces de la escuela y me quedé mañanas enteras en casas de vecinas y no llegué a mi pupitre. Así que cambiar de Escuela me pareció una excelente noticia.

Es muy extraño que yo recuerde tan poca cosa de la muerte de mi abuelo, del accidente e incluso de mi Escuela y su “ amorosa” maestra y sin embargo recuerdo mucho, muchísimo, a partir de nuestro viaje a Cinco Saltos.

Es como si mi vida y la de mi familia comenzaran de pronto, en el Sur Argentino, en Cinco Saltos. Y tal vez fue así.

Fue la primera vez que hice el largo viaje sola con mi madre, papá llevaba varias cosas que, a pesar del confort de la casa consideró imprescindible trasladar. Por eso viajó en un pequeño camión y mis dos hermanos mayores fueron con él.

El viaje fue por Buenos Aires donde visitamos mi abuela paterna, la veía muy poco, al otro día comenzó la travesía de llegar a Cinco Saltos en un tren larguísimo con coche cama. Fue el viaje más largo de mi vida. Molesté mucho a mi madre: cuándo llegamos? y cuánto falta?, fueron preguntas repetidas durante los 1400 km del viaje.

También corrí irreverente por los pasillos del tren ante el terror de mi madre, molesté con todo tipo de preguntas a los vecinos del vagón y debo de haber sido, no tengo dudas, la pasajera que más visitó el Salón Comedor. Ahí controlaba mi madre mi ansiedad, entre postres y leche.

El viaje era interminable y no estaban mis hermanos para entretenerme. Una pequeña odisea que terminó en plena noche. Terrible: llegar de noche a un lugar desconocido y dónde se demoraron en venir a recogernos. Mamá me hizo reconocer las letras del nombre del pueblo: Cinco Saltos, y me entretuvo leyendo ese cartel hasta que un señor nos avisó que era el encargado de llevarnos a la chacra.

Más demoras para mis cinco años ansiosos de ver todo: la chacra, la casa, los animales y todo lo que pudiera ver. Pero llegamos tarde y la casa era enorme, carecía de buena iluminación y me tuve que conformar con la cama grande donde me acostó mi madre, a su lado. Fue mi primer gran insomnio.

Oía ese sonido fuerte y seco del viento entre álamos y pinos, las sombras oscuras de la enorme casa y por más que me apretujaba al perfume y el cuerpo de mamá, el sueño no lograba llegarme.

Al día siguiente la voz dichosa de mi padre y mis hermanos me despertaron y recién ahí, pude tener la alegría de comenzar nuestra nueva vida.

Quién iba a decirme que con ese comienzo lleno de miedo iría a experimentar durante dos años la etapa más feliz de mi vida y la de familia?

Dónde está tu Paraíso?

Cuando propongo esta pregunta quizás la mayoría de los lectores sueñen con una isla caribeña de aguas azules y hamacas tendidas. Otros tal vez piensan en grandes estructuras arquitectónicas o lugares impresionantes llenos de historia y cultura. Un boulevard famoso, una calle llena de vitrinas, un mar azul interminable, un océano lleno de ostra y… porqué no? : una cena elegante y romántica.

El Paraíso de cada quién es, a mi juicio, aquel lugar dónde fuiste feliz. Y si fue en tu infancia, mejor. Y si todavía no te enfermabas con angustia, ni pensabas en la muerte, ni cargabas culpas, la economía no existía en tu día a día, menos aún la política, ni lucir siempre hermosa, si te ensuciabas jugando o corrías sudando, si tu mascota hablaba contigo y en tu casa y tu familia, tenía una etapa estable: no tengas dudas, ese fue y será tu paraíso.

Tuve uno entre los cinco y siete años. Después nos alejamos del lugar y aunque en reiteradas ocasiones pasamos cerca, nunca volvimos.

Sé que llegué con miedo y me fui llorando. Sé que fue lo más amigable que tuve en mi infancia y que después, todo se fue desmoronando. Entre el miedo de la primera noche en la casona y la despedida, una felicidad casi perfecta. Dos años inolvidables de mi niñez. Dos años que nunca pude olvidar. Ni la casona, ni la escuela, ni el club social, ni la cancha de fútbol, ni los caminos llenos de álamos, ni el sonido hueco del viento, ni la visión increíble de la primera nieve, ni el río transparente.

Todo fue guardado en mi memoria. Cada detalle. Y según pasaron los años y me fui quedando huérfana de padre, madre y hermano, hermana, más acudía a la memoria ese lugar. Ese pequeño pueblo en el Sur de Argentina, Cinco Saltos, representó siempre mi Paraíso, mi añoranza, mi incondicional sueño de verlo nuevamente antes de ya no poder…

Ese punto lejano en el mapa, ese pueblo, esa casa…

Pasaron 63 años… volví. No pensaba encontrar nada y encontré todo. Y por unos minutos todos mis muertos queridos estuvieron conmigo. Me llevó papá a la escuela en una camioneta blanca, mi mamá cocinó otra vez en la cocina, mi hermano jugó conmigo a la siesta y mi hermana me armó un cuarto arriba con mi primera biblioteca.

Sentí todo eso y mucho más recorriendo los caminos de ese lugar. Cuánta energía de vida se acumula en estos parajes. Cuánto amor en esa casona…

Pero tengo que contar cómo fue que logré encontrar mi Paraíso y para eso, creo que debo otra entrada.