Mientras el Zultán ( por qué escribieron su nombre con Z en su casa? ) cuidaba nuestra casa, ladraba como una fiera y corría como loco porque la chacra, en plena cosecha, estaba llena de jornaleros.
La faena comenzaba de mañana muy temprano, cortaban a mediodía y regresaban después del almuerzo. Hace un mes, cuando regresé a Río Negro y volví a mi pequeño y hermoso pueblo de Cinco Saltos, quedé muy sorprendida pues no vi casi nada de movimiento de los fruticultores de la manzana, la pera, las ciruelas, las nueces. En esta época de verano, el pueblo doblaba sus habitantes. El movimiento era constante. Y en La Esmeralda sólo había quietud por las noches.
Algunas noches salíamos. Íbamos al Club de Cinco Saltos porque había bailes, muy familiares aunque también con muchísima gente, mi madre y mi padre se apuntaron en un concurso de tango.
Mientras bailaban yo me aburría, mi hermana era gran bailarina, y cómo estábamos en familia, le permitían bailar.Juro que no se sentaba en casi toda la noche. Sólo cuándo las parejas de tango competían, mi hermana acalorada, con aquellos sus ojos de cuencas casi transparentes iluminados, la piel con gotitas de sudor y la sonrisa un poco despintada, se sentaba y descansaba.
Mi hermano no bailaba. Qué hacía? No sé, en los bailes se alejaba, recorría el salón, salía afuera y caminaba. Era muy pequeña para darme cuenta que algo en él no estaba del todo bien y más pequeña aún, para saber qué la única que no sabía su condición era yo.
Mi padre era capaz de dormir sólo dos horas pero no se perdía un solo baile. Mi madre en sus brazos parecía más pequeña y sus tacones altos hacían los mil pasos que su pareja exigía. Claro que mis padres fueron pareja de baile muchos años: mi mamá tenía trece y mi padre diez y nueve. Bailaron siempre, mucho antes de ser novios. Habían ganado otros concursos y ese, el del Club Social de Cinco Saltos, también.
Me pareció maravilloso no ir más a los bailes, yo me dormía sobre dos o tres sillas después de molestar todo lo posible y correr por el salón sin tregua, chocando bailarines.
– En carnaval nos desquitamos, avisó mi padre al otro día y supe: no se habían acabado los bailes. Refunfuñé un poco y mi padre, para compensar mi aburrimiento, me dijo: Hoy te llevo al galpón de empaque.
Por fin!!!! Qué ilusión!!! Me subí a la camioneta corriendo. Era cerca el galpón, serían doscientos o trescientos metros, pero a mí me parecieron mil.
El galpón era enorme, lo que aún queda todavía lo es, y era un enjambre de gente trabajando. Adentro en una máquinas con cintas muchas mujeres clasificaban toneladas de manzanas. Había hombre que ponían las manzanas en la máquina, otros las sacaban, otros iban colocando prolijamente las frutas, envueltas en un papel fino y azul, en los cajones. Otros hombres traían cajones vacíos, otros pasaban alambres en los cajones llenos y otros iban llevando los cajones a un camión.
Qué podía hacer una niña de seis años en aquel mundo del trabajo sin molestar? Aprendé a poner manzanas en las cintas, sugirió mi padre. Me llevó y me sentó entre todas las trabajadoras y les dijo, enséñenle, nunca está de más aprender.
La más roja y bonita arriba, la bonita pero no tan roja al medio, las más pequeñas debajo, las feas siguen en la bandeja y las amarillas en la cinta de abajo del todo. Qué emoción me dio ese día: mis manos iban y venían revisando las manzanas, colocando en las cintas y mirando a mis compañeras de trabajo para saber si lo hacía bien. Tal vez fue la única vez que compartí tareas manuales con trabajadoras. Tal vez la defensa del mundo obrero me brotó con los años por esos momentos que mi padre permitió. Fui, ahí, por algunos días una mujercita trabajadora. Y papá estaba orgulloso de mí, se lo dijo a mamá.
De premio ese día también me llevó a conocer el río que estaba al fin de la chacra. Río de piedras, de aguas transparentes, que permitía el riego a través de las acequias. Por suerte me dejó llevar piedras del río a la casa.
Siempre he juntado piedras. Aquellas fueron las primeras y se fueron conmigo a mi cuarto de juguetes. Y ahora, en este regreso mágico de más de sesenta años, nos trajimos varias a casa.
Hoy a miles de kilómetros de mi paraíso de infancia la energía de esas piedras, está cerca de mí…
Un comentario sobre “El galpón, el río, la cosecha…”