Otros descubrimientos

Cuando eres pequeña ves todo muy grande, cuando eres mayor ves todo pequeño.

La primera vez en tu vida que probaste algo no tendrá nunca el mismo sabor, aroma, color. Esa cosa maravillosa de estrenar el mundo me sucedió en Cinco Saltos y en La Esmeralda en particular.

La chacra se regaba con un sistema de riego de profundos canalones que rodeaban las hectáreas de frutales. Les llamaban acequias y el día de subir y bajar compuertas para producir el riego, mi padre andaba todo el día recorriendo cada hectárea. Lo bueno es que me llevaba con él.

Me recomendaba unas cien veces que no saltara las acequias, que buscara los puentes que cada tanto se colocaban. Era muy entretenido cruzarlos de un lado hacia el otro, mancharme con barro, pero el deseo de tener piernas más largas y poder saltarlas… era inmenso. Mi gata, que casi siempre me acompañaba, se agazapaba y volaba por encima de la acequia. Mi gata hacía eso sí veía un pájaro para cazar. Lo hacía bastante seguido. Y me daba pena el pájaro pero mamá decía que así son los gatos, déjala cazar, así no tendremos ratones en la despensa.

La despensa y el sótano, donde se encontraba el equipo para calefaccionar la casa era peligroso, la despensa tenía muchos frascos y podía romper algo. Pero Minka, mi gata, era la única que a esos rincones de la casa, tenía acceso libre.

Y además estaba el inmenso, gigante, galpón de secado de lúpulo que estaba sobre la carpintería. Una escalera de madera llevaba a ese otro rincón prohibido. Y qué es el lúpulo? Y porqué hay que secarlo? Y porqué huele mal? Y porqué es peligroso? Y porqué mi gata podía ir y yo no? – Así, más o menos, acorralaba a mi madre cuando mis hermanos subían y a mí me negaban el acceso.

Y los álamos, tan altos y delgados, porqué había tantos?, y los pinos enormes qué rodean la casa?. Mi padre me explicó que los álamos cuidaban las plantas de los vientos pampeanos, y los pinos? … bueno los pinos cuidan la casa, dijo.

Y como la época de vientos estaba comenzando, de noche su ulular, ya no me daba miedo. Teníamos a los gigantes álamos y pinos que nos cuidaban.

Más allá de las insaltables acequias y el secador de lúpulo y la carpintería: la chacra era infinita para mí. No conocía el galpón de empaque, menos aún, el río donde se terminaban los cultivos. Tenía que esperar.

Esperar en la infancia simboliza un castigo aunque no lo sea. Por lo menos, protesté un día, podría ir al gallinero. Hoy te llevo a juntar los huevos, dijo mi hermana comprensiva. Y desde ese memorable día se agrandó la chacra: llegué hasta el gallinero. Había de todo! Gallinas, un par de gansos bochincheros, dos gallos iracundos, unas pollitas chicas y otras muy gordas. Era complicado subir y buscar en los cajones de madera los preciados huevos. Algún que otro picotazo tuve que soportar, y sin llorar, porque la excursión me parecía tan larga como novedosa.

… después de 63 años vi el lugar donde estuvo el gallinero, en realidad es bastante cerca de la casa.

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