Cinco Saltos en mi destino

Cómo sucedió que aquel lejano año de 1959, apareciera papá con la noticia de que le habían ofrecido un puesto como administrador de una chacra con 200 ha. de frutales, con una casa muy linda para vivir y una camioneta, sumado a un sueldo importante. Y que mamá aceptara, será siempre una duda porque yo era muy pequeña y no entendía de cosas de adultos.

Que mi madre aceptara era sorprendente porque mamá acompañaba a papá sólo en verano. Siempre extrañaba mucho su familia en el Norte y quería regresar. Pero tal vez ese cruel accidente de carretera donde mi abuelo, su papá, perdió la vida y mi abuela quedó con una pierna mucho más corta que otra, la decidieron para olvidar un poco el dolor. O tal vez mi padre fue más convincente que nunca.

Por mi parte salté de alegría: me iban a cambiar de escuela. Cursaba 1ero Inferior, una especie de Jardinera o Nivel 5, y odiaba mi maestra y la Escuela, pero no lo decía. Atragantada de llanto regresaba a mi casa cada día. No decía nada porque cuando mi madre me llevó el primer día, con mi única hermana mayor que era como mi segunda madre, llenas de felicidad me anunciaron: “ Te tocó de maestra Anita Oclander( pudo ser Oklander), es la mejor maestra y es “amorosa”.

Así que entré confiada y animada mi primer día. Fue el único. La maestra era un monstruo: una gran joroba destacaba en su espalda y una cara enjuta con grandes gafas le daban un aspecto de terror. Lo juro, temblaba de sólo verla. Pudo cambiar mi sentir si su ternura hubiera tenido un lugar para mis cinco años pero me gritaba mucho. Me reprendía todo el tiempo porque me costaba la caligrafía pero podía leer un montón de palabras que según ella, leía mal. No pude tener un instante feliz, me escapé varias veces de la escuela y me quedé mañanas enteras en casas de vecinas y no llegué a mi pupitre. Así que cambiar de Escuela me pareció una excelente noticia.

Es muy extraño que yo recuerde tan poca cosa de la muerte de mi abuelo, del accidente e incluso de mi Escuela y su “ amorosa” maestra y sin embargo recuerdo mucho, muchísimo, a partir de nuestro viaje a Cinco Saltos.

Es como si mi vida y la de mi familia comenzaran de pronto, en el Sur Argentino, en Cinco Saltos. Y tal vez fue así.

Fue la primera vez que hice el largo viaje sola con mi madre, papá llevaba varias cosas que, a pesar del confort de la casa consideró imprescindible trasladar. Por eso viajó en un pequeño camión y mis dos hermanos mayores fueron con él.

El viaje fue por Buenos Aires donde visitamos mi abuela paterna, la veía muy poco, al otro día comenzó la travesía de llegar a Cinco Saltos en un tren larguísimo con coche cama. Fue el viaje más largo de mi vida. Molesté mucho a mi madre: cuándo llegamos? y cuánto falta?, fueron preguntas repetidas durante los 1400 km del viaje.

También corrí irreverente por los pasillos del tren ante el terror de mi madre, molesté con todo tipo de preguntas a los vecinos del vagón y debo de haber sido, no tengo dudas, la pasajera que más visitó el Salón Comedor. Ahí controlaba mi madre mi ansiedad, entre postres y leche.

El viaje era interminable y no estaban mis hermanos para entretenerme. Una pequeña odisea que terminó en plena noche. Terrible: llegar de noche a un lugar desconocido y dónde se demoraron en venir a recogernos. Mamá me hizo reconocer las letras del nombre del pueblo: Cinco Saltos, y me entretuvo leyendo ese cartel hasta que un señor nos avisó que era el encargado de llevarnos a la chacra.

Más demoras para mis cinco años ansiosos de ver todo: la chacra, la casa, los animales y todo lo que pudiera ver. Pero llegamos tarde y la casa era enorme, carecía de buena iluminación y me tuve que conformar con la cama grande donde me acostó mi madre, a su lado. Fue mi primer gran insomnio.

Oía ese sonido fuerte y seco del viento entre álamos y pinos, las sombras oscuras de la enorme casa y por más que me apretujaba al perfume y el cuerpo de mamá, el sueño no lograba llegarme.

Al día siguiente la voz dichosa de mi padre y mis hermanos me despertaron y recién ahí, pude tener la alegría de comenzar nuestra nueva vida.

Quién iba a decirme que con ese comienzo lleno de miedo iría a experimentar durante dos años la etapa más feliz de mi vida y la de familia?

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