Morir en un loquero


Me avisaron que había muerto mi hermano. Tantos años internado y escapando y de golpe así, la muerte. Una infección pulmonar severa dijeron, no pudo recuperarse.
Y había que ir…a su última jaula. La morada de los locos. Y fuimos con mi tía, allá solas las dos. Porque la familia tenía sus planes y porque mamá ya se había ido antes que él. Así que las dos solas, poniendo coraje, nos fuimos.
Y volví a ver a mi hermano, sereno en su sueño final. Hacía años que no lo veía. Lo vi y lo recordé, pájaro de fuga eterno.
Alrededor los locos lloraban y babeaban su angustia. Inconsolables, penitentes con el féretro y su faraón, mi hermano, durmiendo o muerto o lo que sea.
Tal vez me pregunté si realmente lo lloraban a él pero luego los escuché decir su nombre y vi que mi hermano, en esa locura suya, tenía muchos amigos en el loquero. Pobre pájaro en fuga, de todos modos, lograba sus vínculos en la jaula que le elegíamos.
¿Cómo se vela a un hermano en un loquero lleno de locos que lo lloran? No sé, no supimos, nos las arreglamos para no llorar, para no parecer más locas que ellos.
Y al final el cortejo de locos y nosotras, llevarlo a la tierra, rezar un padre nuestro que no sé si ellos recordaban pero intentaron, rezar para que su alma tan mortificada en esta tierra llena de jaulas, recuperara en la eternidad, su libertad.
Yo no recé, me metí adentro de mi misma y recordé sus eternos juegos conmigo, cuando yo tenía apenas seis años y jugaba con él tardes enteras. Quise recordarlo antes de sus crisis, fue imposible. Nos vinimos las dos tan abatidas y tristes que los locos, se secaron sus mocos y babas para abrazarnos antes de partir. La tristeza es casi tan loca como la alegría. Y ellos, lo sabían.

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