De religiones


Es difícil definir el estado espiritual de mi familia. Era fácil ser creyente y no serlo, también. Teníamos serios conflictos espirituales.
Católicos no practicantes podría definirnos. Pero había algunas viejas raíces anarquistas y comunistas que se negaban a creer y por respeto a la Gran Matriarca, mi abuela, no lo decían, pero si podían te sembraban la duda razonable. Y mi padre se llamaba ateo y se reía de las cruces que se hacían cuando lo proclamaba. Pero aún así, dejó mi educación en manos de las monjas.
Los tíos abuelos contaban historias de un Jesús casi comunista y un Pedro avaro que representaba al Vaticano. Teníamos una crisis espiritual permanente.
Como mi hermana que de puro transgresora abrazó otras creencias, que la llevaron desde la reencarnación budista a tirar el Tarot y hacer cartas astrales. No me quedó mucha alternativa y me fui arrimando a un materialismo que me arrojaría de cabeza en un marxismo prohibido.
La transgresión comenzó y no hubo maneras, ni familia, capaz de contenerla. El castigo llegaría en forma inexorable.

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