La Bruja de la Aldea

La bruja de la aldea despierta sobresaltada. Un sueño mercenario la persigue cada noche desde que la luna está en menguante.
Reúne en su mesa recetas y conjuros, se calza sus lentillas y lee en voz alta. Sus cabellos cortos y rizados tienen un desquicio inusual. A media mañana junta hierbas y hierve un caldero. Cuando el sol trepa al zenit se viste de colores vivos. Pinta su boca de morado, come una ensalada verde. Toma un té imposible. Vuelve a leer recetas y conjuros.
Cuando la luna es un gajo finísimo sobre la laguna, la bruja de la aldea comienza a cantar. Y canta casi toda la noche y luego también danza contonéandose arriba de una mesa. El fuego crepita y las sombras de la bruja, siete y sólo siete, bailan arriba de la laguna.
Al alba todo ha finalizado. Cuando llegan los habitantes de la aldea encuentran un jardín increíble, poblado de miles de flores de colores vivos. Árboles frutales desconocidos y una laguna llena de peces sorprende a todos.
La bruja de la aldea recibe a todos y cada uno. A cada quién una flor y un fruto. Una receta curativa o un conjuro amoroso. A las semanas las filas de habitantes son infinitas. La aldea entera comienza a cantar cada mediodía y a bailar cada atardecer. Y crecen flores y frutos y el amor se derrama por los caminos. Entonces desde las aldeas vecina llega la Envidia y para el siguiente menguante, queman a la bruja de la aldea.

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