Arresto domiciliario

Trabajé en Talleres Literarios con personas privadas de libertad durante cinco años. Fue una experiencia intensa. Tuve momentos inolvidables y casi todos, buenos. Hoy, llevo casi quince días en mi casa, recordé especialmente a los que se iban con “ prisión domiciliaria”.

La felicidad del que se iba y las felicitaciones de los que se quedaban. Si hasta organizábamos alguna pequeña merienda con algo dulce para celebrarlo. Esas excepcionales salidas se debían casi siempre a motivos de salud, propia o de algún hijo/ a pequeño y sobre todo, si la persona tenía una excelente conducta. O como diría Foulcault, si había cumplido el adoctrinamiento.

La cuestión es que ahora la humanidad casi casi completa está cumpliendo “ prisión domiciliaria”.

Y no creo que haya grupos que lo festejen. Ni creo que alguien lo sienta como premio. Es verdad que como en todo: los ricos deben de sufrir menos y seguro violan mucho más las normas. También es cierto que habrá montones de inconscientes que ni se preocupen, ni hagan demasiado caso a las normas sanitarias. Pero estimo, tal vez soy optimista, que una inmensa mayoría de la población está cumpliendo ese arresto domiciliario.

Y lógico… no puedo entender la alegría de aquella gente. Esa gente que recibía el dictamen como una fiesta y que, estoy segura, no iban a casas con Internet, pantallas planas, agua caliente a demanda y aire acondicionado. Sin embargo era un regalo irse de un lugar donde la comida y el techo eran seguros.

Y acá nosotros inventando cómo pasarlo sin volvernos locas, locos, como soportarnos, como reinventar esto que es: quedarnos en casa. Y seguramente soportará y resistirá el más apto de nuestra especie y los dueños del dinero.

Si me lo preguntan: ni siquiera arresto domiciliario nos merecemos. Pero que dure la fiesta, hasta que dure…