Ser piojo no es tan fácil y eso lo tuvo que aprender rápido Carlitos, que apenas nació lo barrieron con un peine fino. Y cómo no tuvo ni tiempo de conocer a su mamá, pues lo arrancaron de su lado, tampoco conoció su hogar que era la cabeza de una niña de pelo largo y hermoso, y por eso fue que Carlitos se hizo rebelde apenas nació.
Aprendió rápidamente a subir a otra cabeza y a esconderse en las raíces de pelos más oscuros. Después aprendió el arte de camuflarse y cambiar de color de acuerdo a la cabeza que encontraba.
También desarrolló un fino olfato que le permitió huir antes que llegaran las legiones de lociones mata piojos. Demostró sus dotes en la piscina aprendiendo a nadar y esconderse hasta hallar la cabeza apropiada.
Vio desaparecer a muchos amigos y amigas, pero se negó a olvidarlos porque eran su ejemplo a seguir: “ los piojos no duermen” era el lema. Por más llenita que tuviera la panza, no había siesta posible porque llegaba una mano con buenas uñas y los cazaban como con pinza, los peines finos eran cada vez más filosos, eran armas de exterminio metálicas, además preparaban el pelo: lo aceitaban. Cuando llegaba el peine fino no había forma de escapar, era como una pista de patinaje y se iban casi todos. Menos Carlitos que gracias a su olfato podía correr y apretarse preparándose para la batalla.
Gracias a Carlitos que luchó con ganas y pudo llegar a conocer varias piojitas que pusieron sus huevos, las cabezas siguieron conociendo la molestia de los piojos. La picazón soberana que dan esos seres minúsculos, la molestia permanente y la vergüenza de los más limpios.
Los piojos vivimos en cualquier cabeza, gritaba Carlitos, saltando de una a otra, no se le resistió ninguna por mejor shampoo que usaran o lociones o tinturas. Aprendió a convivir con niños y niñas, eran sus favoritos porque no se molestaban tanto por tener que rascarse y son remolones para despiojarse. Las cabezas de adultos eran un problema porque siempre los descubrían y tenían que huir. Incluso había suicidas que se rapaban, Carlitos pensaba qué gente loca, perder todo ese pelo, esos cabellos hermosos por unos pocos piojos que sólo viven ahí y sacan gotitas muy pequeñas de sangre.
Y de tanto andar por tantísimas cabezas aprendió varios idiomas. Aprendió a leer en la escuela con la misma facilidad que aprendió a nadar en las piscinas. Organizó varias familias propias y ajenas instruyéndolas en el arte del camuflaje y de extender el olfato para percibir los pesticidas.
Fue nombrado Comandante en Jefe de los piojos y piojas, organizó excursiones hasta adentro de los hospitales. Fue un héroe humilde y generoso porque compartía sus enseñanzas y conocimientos con todo piojo que no sabía sobrevivir. Todas las piojas lo adoraban y querían tenerlo como marido para asegurar sus crías.
Murió en una peluquería en manos de una peluquera que rapó a un niño e inmediatamente puso ese bello pelo en un tacho y lo quemó. Pero para entonces hijos, hijas, nietos y nietas habían aprendido la lección y seguían torturando cabezas por doquier. Incluso los hubo más fuertes y resistentes porque aprendieron a ser resistentes a las muchas lociones inventadas.
Carlitos, el piojo rebelde, se había hecho famoso y todos querían repetir sus lecciones. A medida que pasaba el tiempo se hacían más fuertes y solidarios entre ellos: siempre se protegían o salvaban sus huevos. Así fue como comenzó y aún no acaba: la resistencia tenaz de los piojos. Todo gracias a Carlitos que nació rebelde y enseñó sus tretas sin cobrar nada por ello.