Siesta con ratones


Y de muchas siestas llenas de lectura recuerdo una en particular. No puedo contar si de ahí nació mi aversión a los ratones pero sí la recuerdo, en forma de película que no se te borra.
Estábamos con las primas mirando revistas en la casona de la chacra, tiradas en las limpias baldosas, el tiempo era de mucho calor pero el sol andaba entre nubes y por eso, estábamos más frescas. Cada cual con su revista aunque de vez en cuando compartíamos para reírnos o sonreírnos.
Entonces empezó la caza de los ratones que se habían ganado nada menos que en la cocina, el viejo gato se había muerto y los pequeños roedores andaban detrás de todas las viandas de mi abuela. Alboroto y griterío, mis tías, y mis tíos, encontrando la madriguera. Y luego, la cara de una de mis tías, traspasada de asco y dolor, apretando el pantalón con una mano sobre su muslo, un ratón se había metido en su pierna y la mordía. Gritaba y saltaba, no sabían qué hacer, si lo soltaba el bicho caía, disparaba, qué hacía. Nosotras, las primas, huimos gritando como si nos sucediera a nosotras.
Uno de los tíos tiró a la tía al piso, le quitó la mano de encima del ratón y lo hizo salir por el tobillo, está de más decir que luego lo mató de una patada.
Qué siesta, sin radio, sin lectura, toda la platea para un ratón y una tía que cayó a consecuencia de un bicho inmundo y gris. De ahí en más juré no separarme de los gatos. Hasta hoy cumplo la promesa.