Buenos Aires y Astor

Mi viejo era porteño. Nunca vivimos en Buenos Aires pero cada vez que recorro sus calles su figura de porteño elegante de otros tiempos camina a mi lado.

Gracias a su porteño ser conocí el tango y la ópera. El boxeo y el fútbol y por supuesto el viejo, ahora convertido en shoping, Mercado de abasto donde él nació, enfrente. También los barrios y algunos perímetros de arrabales más cercanos a literatura borgeana que lo qué hay hoy.

Discutí con él en mi adolescencia sobre la importancia de Astor Piazzolla que según papá, no escribía tango. Y cada vez que lo escucho veo el obelisco, veo la casa de mi abuela paterna y siento el sabor insuperable de sus tallarines tan italianos.

Buenos Aires me llena de nostalgia y soledad. Me siento siempre sola en su vorágine de ruidos, autos, gente, vendedores. Y la música de Piazzolla la siento aunque no esté sonando.

En plena juventud cuando comenzaba la Universidad tuve mi primer hijo en esa ciudad. Y soñé con que ese hijo se pareciera a mi padre. Soñé que fuera el hijo de esa revolución que estábamos soñando y no fue. Mi primer desengaño amoroso con apenas diecinueve lo tuve también en esa ciudad, el padre de mi hijo me abandonó.

Y cada año regreso obstinada y nostálgica. Y recorro los mismos caminos de calles, subterráneos, plazas, parques. Y es como si mi viejo con su gardelito haciendo juego con su traje, caminará conmigo.

Y he llevado mis nietos queriendo que miren con mis ojos lo que ya no está. Y les narro historias de mi padre, de mis abuelos italianos y su llegada a esa ciudad, y siento que Piazzolla es un duende travieso que toca sólo para mí en cada rincón de esa metrópolis que ya nada tiene que ver con la de mi niñez.