La Esmeralda

Estaba lejos, lejísimos y

nosotras llegamos extenuadas esa noche.

Mi madre conmigo a solas, al otro día

llegaría papá. La casa era enorme pero

estaba casi a oscuras. ( Las casas desconocidas de noche, son todas oscuras).

Esa enorme casona fantasmagórica

que me dejó insomne a los cinco años,

se iba a transformar en la casa inolvidable,

la más recordada

la más anhelada

la más buscada

de toda mi vida.

Pero esa noche abrazada a mi madre

vi enormes sombras sobre los iguales gigantes espejos. La cama era infinita y afuera el viento silbaba entre unos pinos

que jamás había visto, salvo en ilustraciones de cuentos. Qué noche profunda, cómo podía mamá dormir mansa y feliz. A mí me latían

las orejas, me daba dolor en la panza, quería ir al baño, tenía miedo al sueño y quería ver el sol.

Al sur de Argentina y en invierno, el sol sale tarde. Juro que no dormí. Imaginé mil aventuras, recordé mil historias, inventé otras y desperté a mi madre unas quince veces.

Al otro día, el vozarrón de barítono de papá me alegró la vida con su abrazo de oso y su presencia protectora. Y la casa comenzó a ser desde esa mañana helada de invierno, nuestra casa.

La he buscado tanto, la he reinventado tanto,

la he recordado otro tanto y me esfuerzo aún por hacerlo en infinitas formas románticas…(

el tapizado de los enormes sillones, la cocina y sus estantes, la bañera y sus patitas, el sobrio comedor y sobre todo, mi paraíso: mi habitación de juegos y lecturas en la planta alta).

La Esmeralda se llamaba, ahí vivimos los instantes más gloriosos de nuestras vidas. Dónde está La Esmeralda. Quién más pudo recorrer sus habitaciones con tanta alegría como yo, quién habrá usado mi paraíso, quién se ocupó del hermoso jardín de mamá y usó el escritorio de papá. Quién aprendió como yo la combinación de la caja fuerte para mitigar el aburrimiento y quién trabajó para llenar el sótano de mermeladas caseras.

Nuestra Esmeralda fue, es, será, la joya preciada donde únicamente nosotros vivimos felices. Su cobijo fue íntegro y seguro. Su resplandor resguarda una Infancia que no puedo, ni quiero, ni sueño con olvidar.

De cómo un recuerdo puede en años y años, proteger los momentos donde la magia fue posible con las cosas más simples.

Por qué nos fuimos de La Esmeralda?

Éramos tan felices. Nunca entendí el espíritu nómada de mis padres ni si alguna vez, en sus eternas mudanzas y viajes pensaron en nosotras sus hijas, su hijo.

Éramos extrañas criaturitas que no contábamos en esa cuestión y si había que mudarse, no se cuestionaba. Qué importaba si justo eras feliz y tenías una linda escuela con amigas y amigos, si la casa era hermosa y sentías que ahí estaba tu vida.

Un día dejamos La Esmeralda y retornamos como siempre, al mismo lugar. Demoré como un año en aceptar que ya no vivíamos ahí. Fue el año más largo de mi vida.

Los años de la infancia tienen otra textura y dimensión. No se pueden medir en años adultos.