Para los que no conocen, para los que son muy jóvenes: el verano era suave en el Valle del Río Negro. Los días muy calurosos eran pocos y apenas con una temperatura de 30 a 32 grados. Que no te engañen: el clima ha cambiado mucho.
En ese primer verano yo desayunaba temprano y después me iba a la carpintería. Molestaría al abuelo Tomás? A él no se le notaba. Respondía todas mis preguntas y me dejaba jugar con todas las maderas que sobraban. También le gustaba mi gata, no la corría .
Me decía siempre que la gata era muy cazadora, que se lo atrevía hasta con las gatas de arriba y señalaba dónde se secaba el lúpulo.
Yo subí siempre temblando esas escaleras, iba abrazada a mi gata y si lograba entrar… la soltaba arriba. Muchas veces recordaban trancar la puerta y es que también, el olor del lúpulo se esparcía y no era nada agradable.
A mediodía comíamos cuando llegaba papá y era el jolgorio del mediodía. A mí me encantaba sentarme a su lado y reírme de sus chistes o jugar a hacer rimas. Irremediable: el momento era escaso, una hora dormía papá antes de volver al galpón.
– No puedo ir al galpón?- todos los días preguntaba lo mismo. Sí, un día de estos te llevo, siempre la misma respuesta. Yo estaba sentada en su regazo, que era un mimo antes de su siesta, y me ponía impaciente con el galpón.
A la siesta mi hermano seguía leyendo novelas con tiros de guerra, de peleas, mucho no me gustaban pero era el único que entendía que no podía dormir siesta.
Después me iba a mi maravilloso cuarto de juguetes. Ahí cantaba, actuaba, me reía y leía a solas con mis muñecos y muñecas. Hasta que mi madre me llamaba para tomar la merienda y después, íbamos al gallinero a alimentar los animales antes que se durmieran.
Y un día apareció mi padre con un perro enorme, con cara de malo, y con una puñalada en su anca. Era negro y hermoso. Famoso, según mi padre, por correr ladrones.
No sólo lo alimentó, lo bañó y le curó la herida, hizo un gran rodeo alrededor de la casa con alambre y ahí lo ató con una cadena que le permitía correr a todo lo largo. Le pidió al abuelo Tomas que le hiciera una casa de madera.
Nos pidieron que no jugáramos con él, que ese perro cuidaría la casa, sólo lo soltaría papá cuando pudiera cuidarlo.
A los pocos días el perro era otro. Engordó, le brillaba el pelaje negro, la herida seguía cerrando y tenía una casa hermosa de madera. A mí me hubiera gustado tanto jugar con él pero realmente me habían asustado con que era muy peligroso.
A mí gata no le pareció peligroso. Qué habrá hecho para pasearse oronda en sus dominios y hasta dormir en su casa. Nunca supimos, tal vez, dije un día ante la perplejidad de todos, sí, tal vez le trae las ratas del lúpulo y las comparten.
No supe nunca porqué todos se rieron mucho de mi teoría. También pensé: que bueno sería llevar al Zultán al galpón del lúpulo, entre él y mi gata, seguro, no dejan una rata.
Lo cierto es que Zultán se ganaba su comida recorriendo como un soldado a todo lo largo de la casa, por la parte de atrás. Y de verdad se hacía respetar, muchos trabajadores al pasar por ahí se alejaban del camino y se persignaban.
Nunca pude jugar con él y tampoco ir por la puerta prohibida a correr ratas, era un perro fiero y duró poco tiempo en nuestras vidas.
La puerta prohibida era así, como se ve en la foto.