Reflexión sobre la muerte.

“Morir bien es morir a tiempo. No hay peor infierno que asistir a las exequias del propio deseo. Al funeral de nuestras pasiones. La muerte es por eso… lo que a diario nos acecha. Lo que nos esteriliza, lo que encallece la piel. La ausencia de propósito, la apatía, el desapego a los seres… Esa es la muerte que mata y no la que viene después. Por eso, imploremos que la muerte nos sorprenda sedientos todavía, ejerciendo la alegría de crear. Que nos apague cuando aún estamos encendidos.»

*Santiago Kovadloff

Llorar con ganas

Mi madre siempre decía que había que llorar con ganas de vez en cuando para que se te lave el alma pero no para que se haga hábito. Y cuando lloraba, ella decía que lo hacía por ella y por las que no podían hacerlo. Eran crisis intensas y breves. Luego se lavaba la cara y proseguía con la vida…
Mamá: eso no pude heredarlo, esa sana costumbre de lavarme el alma con lágrimas saladas como quien se sumerge en el mar, ya no sola sino con todas las que no pueden.
Pero sí heredé la bendita, o maldita según se mire, de llorar por las que no pueden hacerlo…Gracias por heredármelo.

Desesperación técnica

Estoy al borde de la desesperación técnica. Pero es normal, si soy de una generación que creció a radio y luego, a TV codificada, con pocas horas de retrasmición en blanco y negro. Verdad que ya es extraño que pueda hoy jugar con pantallas varias, de diverasas configuraciones y ritmos? Y es inevitable la pregunta: si yo crecí con un lápiz de mina y luego con Parker de cartucho de tinta, terminé apenas con los casetes grabando clases largas, y logré este pantallazo, que hoy es de una forma y mañana de la otra, qué harán mis nietos en cincuenta años?
Evidente que no leerán las mismas cosas, que no podrán con estas agujas,con estos hilos de palabras que yo desgasto este sitio pero, qué harán realmente?
Esa incógnita me la llevaré a la tumba. Pero saben qué…? hoy estoy desesperada en forma técnica y los únicos que pueden ayudarme, son mis nietos…y eso
también es maravilloso.
Cuando tenía la edad de mis nietos apenas podía ayudar a mi abuela con un mandado a la panadería o acompañarla al dentista. Mi abuela tenía una pierna más corta que otra, había tenido un accidente automovilístico, más bien camionístico, habían chocado yendo a su chacra. A mí, llevarla al dentista me daba vergüenza porque la abuela era coja. Me pregunto hoy, de qué les dará vergüenza a mis nietos?. Seguramente cuando emprendo tarea con estos cambios de pantallas y tengo que recurrir a ellos porque no las entiendo.
Si no logro entender las pantallas, me quedo escribiendo con la Bic, sigo aferrada al pasado, quiero vivir con esta tecnología de hoy pero escribiendo como ayer, pero a su vez, con la del futuro que ya no me pertenece. Y es todo como una gran duda existencial que me torna desafiante a ratos, y lúgubre a otros, porque más veo más me falta por ver, más mar de dudas crecen y más tengo
que leer, escribir…no tendré tiempo.
De vez en cuando es bueno saber qué no tendremos más tiempo que el que tenemos, y arremeter contra todo y pantallas, llamar a los hijos y los nietos para que ayuden y distraerse pensando, mañana lo lograré yo sola…

Casa de alguien

No hay nada más triste que una casa abandonada y en ruinas. Me detengo en una que hay en el camino. Escudriño sus escombros buscando sus recuerdos.

En esta ventana ahora sin marco alguien divisó un amor.

Por esta puerta dando un portazo se habrá alejado alguien.

En esta habitación llena de yuyos habrán reído los niños y aquí, dejó huellas la cocina, lugar donde la familia se reunió.

Qué tipo de pasión habrá escuchado la pared rajada del dormitorio grande.

Cuántos sueños habrán escuchado estos despojos domésticos. Gritos, risas, suspiros, rezos y pasiones. Este laberinto de escombros escoltados por puros yuyos, es el lugar donde alguien albergó la vida. Al costado del camino solitaria y violada de secretos quedó la casa abandonada.