Indiferencia fingida

A los setenta años podría narrar en las luchas que estuve involucrada y de ser posible, analizar cómo o porqué llegué a esas luchas.

Eran para mí o tal vez las heredé?

Porque según parece, no soy experta, no solo se heredan los genes del ADN, también las células tienen, me dijeron, una memoria de siete ( siete!) generaciones en lo emocional. Lo de siete quizás sea simplemente mítico. No lo sé. Supongamos que esa memoria emocional puede tener una influencia de tres o cuatro generaciones pasadas.

Tendría que saber bien si mi abuelo, el que se escapó de una guerra y de un campo de detenidos de guerra, ni la primera ni, mucho menos la segunda, a ver: qué causas defendió el abuelo Serafín de Francesco. Tal vez ninguna por convicción y por eso desertó,fue prisionero y se escapó tras el amor de su vida a Buenos Aires. Pero qué guerra fue? De qué lado estuvo o mejor sería saber la causa de su deserción.

Pero del lado materno, recuerdo por lo menos dos tíos abuelos comunistas. Y lo casual es que mi abuela, matriarca total, nunca renegó de esos hermanos. Sus hijos, mis tías y tíos, fueron absolutamente de derecha. Habrá rebotado la herencia de memoria celular y me tocó a mí inclinarme por la izquierda? Buena pregunta.

Me habrán influenciado las lecturas de mi hermana que insistía mucho con defender a los negros? También las novelas de gente muy pobre que sufría terriblemente?

O mi primer gran amor fue determinante?

El primer amor. Ese hombre que me enamoró más con su coeficiente intelectual que por él mismo. A los dieciséis años una se engaña con facilidad. Los primeros libros de Marx, sin dudas, se los debo.

Después no pude dar marcha atrás. Aunque ese amor me dejó un hijo, un abandono, una tristeza infinita, una pérdida total, no regresé a pensar como el resto. Todo lo contrario: siendo época de dictadura me puse mucho más a la izquierda: marchas, protestas, actos que reivindicaban el socialismo, libros y lecturas todo eso más alguna leve participación en esconder personas requeridas.

Intenté dos veces reconciliarme con el régimen familiar, social y déspota del momento, pero ni pensando en mi hijo, ni en mi madre, lo logré.

Cuando estuve detenida nadie me reclamó. Y tuvo que aparecer el segundo hombre en mi vida para que, conforme llegó la amenaza de muerte de la AAA, alguien me ayudara. Fue él, nadie más, que me sacó de Argentina y me escondió en Uruguay.

En el año 1978, a pesar de mi bajo perfil y de mi intento de vivir en el exilio como una señora de clase media, con marido, un hijo, una madre y una vida “como correspondía “, volvieron a buscarme y encarcelarme.

Fue fatalmente doloroso: la humillación, el miedo a perder todo, las torturas y violaciones. No voy a describirlas. Estuve desaparecida y mi vida se la debo a un prisionero uruguayo que desconozco y lo canjearon por mí. Eso creí escuchar bajo la capucha que nunca me quitaron.

Cuando aparecí, nunca supe cómo me sacaron, tuve que enterrar todo el dolor, sepulté el duelo y traté de no perder lo que había logrado. Después de todo, tampoco apareció nadie de izquierda a tenderme un hilo de salvación. Solo mi madre, otra vez ella, mi marido, pidieron por mí y me buscaron.

Después de eso nunca más me acerqué a nada que tuviera que ver con la política. Estuve un año firmando mi libertad condicional en distintos lugares. Me dejaron indocumentada y sin posibilidad de volver a Argentina. Me perdí.

Me reconstruí con otros recuerdos y comencé a escribir. Me alejé definitivamente de toda manifestación política o social. Fue lo único que supe hacer para borrar el dolor del que jamás hablé.

Pasaron años y cosas, parí mis dos hijos, volvió la democracia, perdí a mi madre. Pude viajar. Recobré mi documento y obtuve otro, Retomé el camino de la literatura, me dediqué a los niños, seguí estudiando y comencé mi etapa de nuevo. Otra vez me reinventé.

Comencé a destacarme en grupos literarios, me puse a estudiar y escribir como nunca. Comencé a viajar a Congresos y recibí becas. El tiempo seguía corriendo y de política no quería hablar.

Volví a hablar hace apenas veinte años cuando la fuerza, mal llamada de izquierda, ganó las elecciones en Uruguay. Y resurgió todo lo que había leído y aprendido en tiempos prohibidos.

Me fui involucrando de a poco una vez más pero esta vez, en democracia. Había una supuesta libertad. Hay una supuesta libertad.

No voy a explicar porque llamo supuesta izquierda y porque digo supuesta libertad. Sería adentrarme en un discurso político y filosófico, social, que no me merece atención. No quiero escribir sobre eso.

Quiero escribir que cuando retomé el camino y busqué un reparo económico por haber estado presa, por haber sido indocumentada y encerrada en este país, no hallé ayuda alguna. Entiendo que mis relaciones sociales no eran buenas, pero de las puertas que toqué, ninguna se abrió.

Ni siquiera un rédito económico pude sacar de aquellos días de terror y olvido. Había que sepultarlo del todo. Otra vez lo enterré.

Hace unos años tomé banderas nuevamente, hice pública mi afiliación política. Después de todo encontraba dentro mío que muchísimos años atrás, no había estado equivocada. Que no vivía en la izquierda soñada pero era lo más cercano y lo mejor para mucha gente que estaba pasando mal. Tomé otra vez, posición hacia la izquierda y esta vez, sin ocultarlo.

Pero seguí aferrada a la literatura y a los niños y jóvenes. Hice mi carrera y no me aparté. Muchos años después recién escribí mi primer relato con contenido político o social. Ingenuamente había escrito salteando hábilmente ese dolor escondido. Como si la literatura infantil y juvenil fuera solo un instrumento para reír y jugar. Lo cual no está mal pero… podía haber dejado huellas. Lo hice tardísimo y hasta hoy, me cuesta escribir sobre el tema.

Porque volví a equivocarme. Me embanderé, volví a las marchas, volví a llenar artículos con consignas de izquierda, incluso permití mi nombre en listas y volví a equivocarme. Habían pasado casi cuarenta años y mi ingenuidad seguía estando.

Cuando desobedecí políticamente algunas razones turbias, me tendieron una trampa en la que caí y me quitaron lo más bello que tenía: Mi trabajo con los niños.

Destruyeron por unos meses mi imagen, mi pasión por los niños y la literatura, pero lo más importante fue mi destrucción interna. Presa otra vez de la desconfianza, la depresión y la ansiedad, caí en un pozo sin tregua que, a los sesenta años cuesta mucho más remontar.

Cuando me acusaron de mal tratar una niña autista, cuando me pidieron renunciar a mi cargo como especialista en la Biblioteca infantil, nadie de izquierda alzó su voz. Muchas personas me llamaron y escribieron en Redes sociales y defendieron mi nombre pero, la fuerza política, se mantuvo callada y nadie puso mi nombre sobre el tapete. Debí de defenderme, pude hasta enjuiciarlos, pude hacer muchas cosas pero el proceso iba a desgastarme tanto que, inexorablemente, me iba a doler igual que la capucha, la violación y la tortura.

Demoré hasta hoy, tres años después, en preguntarme qué consignas levantar. Decir que soy apolítica seria un error enorme porque ni lo soy, ni existe tal posición. Seguir apoyando fuerzas progresistas que dicen ser de izquierda pero también, de una u otra forma, consiguen votos y hacen todo tipo de alianzas, es estafarme a mí misma.

Jamás podré estar del lado de esta derecha rancia renacida en estos años, incluso fascista, o no tanto, que sigue honrando a los ricos y poderosos, el capitalismo libertario, así le llaman, esto que siempre va contra los más desposeídos y los más empobrecidos. No podría. Sería traicionarme.

Pero no volveré a usar banderas. Tampoco de este progresismo pintado de izquierda porque muy adentro, siento que aunque es mejor para mucha gente, no es auténtico. Es desleal, timorato y obsecuente. Sé que la izquierda soñada en mi adolescencia, allá por los años 70, no sirve hoy. Que hay que tomar otros caminos. Sé? No, no lo sé, eso dicen los que supuestamente siguen los caminos correctos. Quién sigue el camino correcto? Si la teoría es buena pero quienes la ponen en práctica son humanos erráticos en un mundo de caos y corrupción? Hasta Cuba nos genera dudas hoy, después de defenderlos más de cincuenta años…

Entonces quién soy? Y no me digan de Centro porque eso es un slogan. Y no me digan apolítica porque esa posición cómoda para no hablar mal ni bien de nadie, es la hipocresía de toda la vida.

Una crisis de identidad política a los setenta años no debería de generar ni siquiera un renglón de escritura. La vida se me escapa, tengo que vivirla a como dé lugar e intentar ser feliz mientras la salud, que va decayendo, me lo permita. He ahí una forma de política: ahora yo y mis amores, ahora yo con lo que me gusta, ahora yo sin lo que no me gusta, ahora yo y después vemos si hay espacio. Esto parece un libro de autoayuda y de verdad, los odio.

Podría con mucho esfuerzo, acostumbrarme. Hacer oídos sordos a informativos, noticias y campañas. Dejar correr y aferrarme a lo único real que tengo: mi vida y las de los que amo y me corresponden. Mis letras, estas y otras, que a veces, hasta me dan alegrías. Lo demás: dejar pasar. Dejar hasta de opinar porque para quien lo ha hecho por tanto tiempo, es imposible impedir la pasión. La pasión lleva a la discusión y a la puesta a punto del motor de una lucha. Y mi vida, tan plagada de luchas, necesita el descanso de las batallas.

Pero qué pasión levantaré para impulsarme cada mañana?

Ni la política, ni los concursos literarios en los cuales tampoco he triunfado, ni las Bibliotecas ni las Marchas por derechos, ni esto ni lo otro porque tampoco sirve o sirvió.. si me quedo sin pasiones, como me reconstruiré?

Estoy buscando respuestas.

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